¿A qué se aferra
un psiquiatra en el sexto piso de la vida cuando se presentan aquellas
situaciones de la vida que le rompen las vísceras al más sereno y provocan
emociones de un talante tóxico para el miocardio que, además, desgastan y
quitan días de vida?, ¿cómo se autoaplican a la hora de sortear aquello que
perturba?
No tenía una
respuesta porque la intolerancia a los errores de otros, que afectan donde más
duele en el momento más inadecuado de la vida, por ejemplo, un 7 de diciembre,
me provocan una rabia absolutamente reptiliana que no me permite trascender a
los cerebros más evolucionados para calmarme.
De alguna manera,
terminamos hablando de cómo ella podría aprender a escribir y agarré esto como
un pretexto para ganar tiempo mientras su madre resolvía. Le recordaba cómo le
había enseñado a escribir las sílabas ma-ma para decir mamá. Entonces, le
expliqué que esa palabra no sonaría ma-má si no llevaba un palito que se llama
tilde sobre la última a para que se escuche ma-má, ma-má. Entonces, ocurrió el
milagro que me salvó las Velitas. Ella aprovechó la coyuntura y empezó a cantar
“Mamá, ¿dónde están los juguetes?, Mamá, el Niño Dios no los trajo”. Se produjo
una explosión en nuestros cerebros límbicos y soltamos una carcajada sostenida
que nos llevó hasta las lágrimas ante un apunte tan ingenioso.
A partir de ese
momento, el día me cambió. O el sol ya no calentaba tanto o era el aire
acondicionado del carro, o el arbolito cumplía su función de sombrilla. El
asunto es que todas esas emociones perturbadoras se fueron como por encanto
hacia la alcantarilla de los desechos de la vida ante el poder de la risa que
me permitió recuperar la emoción de la eutimia, de la bacanería, que se
encontraba momentáneamente sepultada bajo la malparidez cósmica de la vida. Le
di las gracias a mi hija por salvarme el día. ¡Velitas, ahí les voy!
Pero después de
esa sacudida límbica, el cerebro racional te toca el hombro para decirte que sí
está bien vacilarse las Velitas, pero hay un montón de gente jodida en este
país que quisiera tener tu suerte de encontrarse con un chiste, una moneda, un
mendrugo, una voz de aliento ante el dolor por la pérdida injusta de hijas,
hermanas, esposas. Entonces, viene el aterrizaje del neocórtex que te pone los
pies en la realidad y te recuerda celebrar con mesura para que tu alegría no
aumente el dolor de otros.
Por Haroldo
Martínez
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