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6 de enero de 2011

Recordando la Regla de Oro. Columna de opinión en EL HERALDO, diario de Barranquilla, Colombia.


Por Hugo González Montalvo
En esta época de festividades solemos experimentar intensas emociones. Son momentos en los que recordamos que al nacer surgimos triunfalmente de la naturaleza. Individualmente considerados, somos lo que nunca fue ni será. Y por eso sentimos la inmensa alegría de sentirnos vivos y compartir con la familia y amigos momentos agradables. Alegrarse en la existencia implica una ética. Ética entendida como la posibilidad de crear un sentido humano que nos una, más allá de hostilidades y diferencias. Entre los expertos en estos temas (que se supone, deberíamos ser todos los humanos), la ética no funciona como un código sino como una perspectiva. Es un parámetro íntimo para la reflexión práctica sobre nuestras acciones, que sabemos, van cambiando conforme cambiamos nosotros y la cultura. Son pautas necesarias para analizar o valorar una situación, que nos ayudan a relacionarnos con nuestros semejantes, comprendiendo también sus preocupaciones y duelos. ¿Qué es el dolor?, todos lo sabemos, por eso, lo éticamente humano es no provocarlo a los demás. Existe una antiquísima Regla de Oro del comportamiento, que ya encontramos en la Odiosea, siglo 8 antes de Cristo, un personaje afirma: "voy a ser lo más cuidadoso con usted, como debería ser para mí en la misma necesidad" (Libro 5, versos 184-191).

 Igual en todas las grandes tradiciones éticas y religiosas:
  • Pitacos de Lesbos, 650-570 a. C., “No hagas a tu vecino lo que no pudieras sufrir tu mismo”.
  • En el siglo 5 a. C. Confucio dice: “Lo que tú mismo no quieres, no lo hagas a otros hombres”.
  • En el Jainismo, la India, siglo 4 a. C.: “Como indiferente a todas las cosas mundanas debiera comportarse el hombre, y tratar a todas las criaturas del mundo como él mismo quisiera ser tratado”.
  • En la Torá: "Ama a tu prójimo como a ti mismo".  Rabbi Hillel, 60 a. C.: “No hagas a otros lo que no quieres que ellos te hagan a ti”.
  • En el cristianismo: "Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos".
  • En el Islam, Mahoma: "daño a nadie para que nadie pueda hacerte daño".

Como vemos, la Regla de Oro la encontramos en tres versiones.
  • Una negativa, con énfasis en la abstención: “No le hagas a los otros lo que no quisieras que te hicieran a ti”. 
  • Otra positiva, con énfasis en la acción: “Trata a los otros como desearías que ellos te trataran a ti”.
  • Una tercera versión dice: “No le impongas a los otros tus gustos como no quisieras que ellos impusieran sus gustos a ti”.
En ésta última versión se reconoce la individualidad y la diferencia, ya que la regla de oro en su segunda formulación no es garantía de que uno vaya a recibir un tratamiento ideal. Por eso, es necesario entender también la Regla de Oro de esta manera: “No hagas a los demás aquello que quieres para ti, puede que ellos tengan gustos diferentes”.
La presencia de la Regla de Oro en todas las culturas, compartida incluso por los no creyentes, sugiere relacionarla con lo innato de la naturaleza humana, constituye un gran patrimonio de la especie. Está ligada al concepto moderno de los Derechos Humanos. Sería el fundamento de una Ética Planetaria, entendida como un consenso sobre los valores vinculantes.
Lo anterior genera una pregunta: ¿Qué tanto se aplica en nuestro medio la Regla de Oro?
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Publicado como columna de opinión en EL HERALDO, diario de Barranquilla, Colombia.

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